lunes, 27 de enero de 2014

Jinete Nocturno (XII)

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Davies ya se había organizado en espera de la llamada. Nunca había confiado en los franceses, así que sabía que tarde o temprano le llamarían para que se ocupara de todo.
Su idea había sido estar desde el principio en París para tener todo bajo vigilancia y poder actuar en el mismo instante en el que sus servicios fueran reclamados. Pero sus superiores habían insistido en que debía permanecer en Londres a la espera de los acontecimientos.
En cuanto recibió la llamada, se puso de buen humor. Disfrutaba de su trabajo y sabía que era el mejor en ello. También le llenaba de satisfacción saber que cuando las cosas se ponían feas, él era la persona en la que todos pensaban. Sin duda, se había convertido en una pieza imprescindible del juego global.
Su tarea no le asustaba en absoluto. Era más que probable que tuviera que enfrentarse a profesionales excepcionalmente bien preparados y listos para hacerle frente. Eso le emocionaba todavía más. Estaba un poco cansado de tener que deshacerse de don nadies que no le suponían ningún reto. El que por una vez tuviera que poner sus mejores mañas le excitaba casi hasta el punto de ponerse nervioso. Eso si se pusiera nervioso alguna vez.
Se aseguró de que todos los instrumentos necesarios estaban en el maletín. Perfecto. Limpio y sencillo. Se puso su traje de faena, totalmente anodino, como si fuera un uniforme de los cuerpos especiales. Como ese uniforme que con tanto orgullo había llevado por los cuatro rincones del mundo. Antes de colocar su pistola en el bolsillo de la chaqueta le dio un beso de buena suerte.


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El tráfico aéreo de París se puso inusitadamente interesante aquella tarde. Y no porque más aviones de lo habitual sobrevolaran los ya de por sí invadidos cielos de la ciudad de la luz, sino porque varios helicópteros se pusieron a recorrer el espacio aéreo de la capital francesa de un lado a otro sin en apariencia ninguna supervisión por parte de los servicios de vigilancia.
Desde el sur del país uno de estos helicópteros acercaba a John Harker a su ineludible cita.
-Este ruido me está matando -gritaba a su proveedor-. Eso sí, no sé lo que me habrás dado, pero mano de santo, oye. Ya no me duele nada. Tampoco es que sienta nada, ahora mismo me podrías tirar del helicóptero y no notaría nada. Me estamparía en el suelo, y tan pancho. Venga, pégame un puñetazo. Que sí, que te dejo. No me voy a enfadar. Ni me iba a doler ni iba a sentir rencor. Ahora mismo soy, no sé, como un estamermo, no, un estatermo, no, un estafermo, eso, como un estafermo. Ya sabes, como uno de esos muñecos de paja, creo que eran de paja, con los que practicaban los caballeros en la Edad Media para afinar su puntería. Me siento en las nubes. Jaja. Literalmente en las nubes. Jaja. ¿Lo pillas? Estoy en las nubes.
-El medicamente es milagroso -dijo el proveedor-. Lástima que tenga efectos secundarios.
-Efectos secundarios -dijo Harker sin mostrar ninguna emoción-. Si pudiera preocuparme me preocuparía. Pero no es el caso. Me da igual. Ahora mismo estoy en la gloria. ¡Gloriá, gloriá! Estoy en la gloriá. Podrías decirme que después de tomar ese medicamento me voy a quedar impotente o que se me va a derretir el cerebro y yo tan pichi. Que me da igual, que nunca me había sentido mejor. Que puedes hacer conmigo lo que quieras. Eso sí, con respeto, que somos hombres de honor. Jaja. Yo solo quiero vivir, ¡vivir! Pero dime, solo por curiosidad, ¿de qué efectos secundarios estás hablando?
-De verborragia.
En una dirección contraria al helicóptero que llevaba a Harker, pero con una misma meta, Helen Clarke se alejaba del centro de la ciudad hacia un lugar desconocido.
-Siempre me has tratado bien...
-Como a una reína -dijo Beilyi aparentando caballerosidad.
-Y te agradezco que me hayas sacado de ese almacén...
-No podía permitir que estuvieras incómoda.
-Pero me gustaría saber qué demonios estás haciendo y a dónde...
-Ese lenguaje, Helen, que seguro que eso no te lo enseñaron en los colegios en los que estudiaste.
-Vete a...
-No, eso no lo voy a permitir.
-No, ni eso ni completar una frase.
-Solo te diré que no te preocupes. Enseguida llegaremos.
-Si preocupada no estoy. Me sacan de la central de inteligencia francesa, aparece un espía ruso, me mete en un coche, luego me sube a un helicóptero, me lleva a un lugar desconocido y no me dicen ni palabra. ¿Por qué iba a preocuparme, Beliy?
-Pues eso digo yo. Mira, ya estamos. A ver si Mihail encuentra un buen lugar donde aparcar y ya empezamos con el tema.
-Eso, al tema.
Mientras Mihail buscaba una plaza para aterrizar, Davies avistaba París desde su propio helicóptero. Iba solo, y aunque a veces le gustaba hablarse en voz alta para aclarar sus pensamientos, en esta ocasión estaba demasiado concentrado y regodeándose en sus planes aniquiladores como para entablar discusiones consigo mismo. Pero su mente no paraba de maquinar. La ciudad estaba a sus pies, y dentro de poco también lo estarían sus enemigos.


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Esta vez todos aceptaron una copa. Henri disponía de variedades para todos los gustos. Tom y Camille se acomodaron, por decirlo de alguna manera, en las sillas, situándose frente a frente, mientras que Henri se sentó en el suelo ocupando un sitio estratégicamente equidistante.
-¿Conoces a Fleury? -Camille tenía muchas cosas que contar y no iba a andarse con rodeos.
-No nos han presentado -dijo Tom, que todavía tenía ganas de soltar clichés-, pero sé quién es: el nuevo Ministro de Exteriores francés.
-Sí, y un trepa de categoría -aportó Henri.
-El mismo -confirmó Camille-. Pues bien, a Raoul... quiero decir, a Fleury se le ha metido en la cabeza que Francia debe ser el nuevo “amigo especial” de los Estados Unidos.
Pese a que la conversación transcurría en francés, Camille recalcó lo de “amigo especial” en inglés y con un deje inconfundiblemente irónico. Incluso su inexpresivo rostro reflejó una mueca que se podría interpretar como sarcástica.
-¡Pero qué me estás contando! -Tom apenas pudo contener su indignación-. NOSOTROS siempre hemos sido los amigos especiales. Es más, son nuestro primos, y nunca dejarán de serlo. Y menos para juntarse con los franceses.
A Henri le hizo gracia la rabieta de su cuñado y no disimuló su hilaridad, que acompañó de una convincente imitación de lloriqueo, una demostración de cómo se hacen pucheros y una variada gama de mohínes. Por la mirada de odio de Tom, a este no le hizo ninguna gracia.
-Eso es lo que piensa todo el mundo -dijo Camille sin hacer caso ni a uno ni a otro-, pero Raoul... digo Fleury tiene una idea diferente. Inglaterra está en decadencia...
-El Reino Unido -precisó Henri.
-Como quieras. El Reino Unido está en decadencia. Sus espías ya no son lo que eran y su presencia en el mundo ha pasado a ser marginal, casi anecdótica. Raoul... Fleury cree que esa relación especial no da más de sí, que habéis metido la pata demasiadas veces...
-Mira quién fue a hablar.
-Oye, mejor que no empecemos a hacer cuentas -dijo Henri, recordando su pasado en los servicios de inteligencia franceses.
-Después de todo esto de las filtraciones a la prensa -afianzó su argumento Camille-, se ha demostrado que no sois fiables.
-Anda, y me lo dice esto una periodista que sabe todos los secretos de Raoul... digo de Fleury.
-El caso es que los yanquis ya no se fían de vosotros -cortó Camille-. Bueno, en realidad ya nadie lo hace.
-Ni de vosotros. Ni vosotros os fiáis de vosotros. Si yo fuera americano, pues a lo mejor miraría a los alemanes...
-¡Pero qué estás diciendo! -soltó Henri-. Que el rencor no te ciegue. Vamos, hombre, me vas a salir ahora con los alemanes.
-De acuerdo, tienes razón -asumió Tom-. Los alemanes tampoco. Lo que quiero decir es que, bueno, si yo fuera americano, no me fiaría de ningún europeo, ya les hemos dado muestras de sobra a lo largo de la historia de que no pueden contar con nosotros. Pero ya que con alguien hay que colaborar... Al menos nosotros hablamos el mismo idioma.
-No estoy tan seguro de ello -matizó Henri, que no podía permitir quedarse fuera de la discusión-. Ahora todo el mundo habla inglés.
-Menos los franceses -estuvo rápido Tom.
-Touché. Menos los franceses. Pero eso, que lo del idioma da igual. Y haz el favor de dejar hablar a Camille, que para algo ha venido.
-Sí, tienes razón. Camille, continúa, por favor -dijo Tom con su mejor acento y sus mejores modales.
-El caso es que Raoul... Fleury piensa que nosotros tenemos una posición privilegiada por nuestros contactos en Oriente Próximo y en Rusia que pueden ser de mucha utilidad para sus planes de seguridad.
-Vamos, no se lo cree ese Fleury ni harto de beaujolais.


53


En otra parte de París Helen era acompañada por Beliy a la entrada de un almacén que dejaba el centro de los servicios de seguridad franceses como modelo de renovación arquitectónica. No es que fuera tétrico, más bien desolado, frío, mezquino. Pero Helen no estaba para consideraciones estilísticas.
-No se me ocurriría un sitio mejor para una ejecución -le dijo a Beliy sin mostrar con sus gestos la preocupación que dejaban asomar sus palabras.
-No te pongas melodramática, Helen. Mira, para que se te despejen todas las dudas, quiero que llames a Khun ahora mismo.
-En eso estaba pensando yo.
Dicho y hecho, Clarke marcó el número de su superior, que contestó cuando todavía sonaba el primer pitido. Tras intercambiar unas pocas palabras, Helen cortó la comunicación con cara de perplejidad.
-Me ha dicho que confíe plenamente en ti.
-Ya te lo había dicho yo.
Pese a las palabras de seguridad que le habían trasmitido Khun y Beliy, ahora Helen parecía más intranquila. Cuando entró a la nave central del almacén y vio quién le esperaba allí, sus rodillas flojearon.
-¡Harker!
-El mismo que viste y calza -dijo John con una sonrisa de oreja a oreja.
-Pero ¿qué haces tú aquí?
-Mejor será que nos sentemos, dijo Beliy acercando unas sillas.


54


-¿Y qué contactos son esos? -retomó la conversación Winder después de tomarse unos segundos para asimilar lo que para él no eran más que un cúmulo de despropósitos imaginarios.
-Según me has contado, ya estás al tanto de la existencia del FIL, ¿verdad? -dijo Camille como quien da una lección ya sabida.
-Claro, son los que van a comprar el armamento a los rusos. Por eso estamos aquí.
-Pues bien... -Camille jugó por unos segundos con las expectativas de Tom-, el FIL somos nosotros.
-¿Qué? -Tom volvió a ponerse de pie de golpe.
-Lo que oyes. El FIL es una marioneta. Está formado por miembros de los servicios de inteligencia franceses.
-Sabía que estaban muy infiltrados por la DGSE, pero de ahí a decir que sois vosotros...
-La proporción de infiltrados es tal que la ecuación se invierte -trató de explicarse Camille-. Es decir, hay una media docena de terroristas legítimos, por decirlo de alguna manera...
-Y que manera -apostilló Henri, que también estaba sorprendido de lo que estaba escuchando.
-Pero la dirección, estrategia y comunicación del grupo está en nuestras manos -continuó Camille-. A través de ellos tenemos un conocimiento, e incluso diría que un control amplísimo de todo lo que se mueve en Oriente Próximo.
-Camille, no sé hasta qué punto estás al tanto de todo este embrollo -dijo Tom condescendiente-, y con embrollo me refiero a política internacional. Pero aún asumiendo que la seguridad francesa controle el FIL, no creo que eso suponga que esté al tanto de todo lo que pasa en Oriente Próximo.
-Tom -respondió Camille imitando su tono condescendiente-, por tu especialidad no creo que conozcas muy bien lo que está pasando ahora mismo en esa región. Pero sí que sabes que “quien tiene la información tiene el poder”, y estos grupos son tan endogámicos que no se mueve una hoja sin que todos ellos se enteren.
-Endogámicos, puede, pero también desconfiados. ¿O me vas a decir que os cuentan todos los planes que tienen?
-Se trata de una cuestión de confianzas -Camille volvió a adoptar su papel profesoral-. Nosotros les damos algo y ellos corresponde con educación.
-Estás empezando a hablar como un espía -dijo Henri receloso-. Tanto “nosotros, nosotros”.
-No -replicó Camille con firmeza-. Solo soy una patriota.
Cuando Tom y Henri se recuperaron del ataque de risa que les entró, Tom se puso serio.
-Bueno, entonces, ¿de qué va todo esto de la operación Jinete Nocturno?
-Eso se merece un capítulo aparte.


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