jueves, 16 de enero de 2014

La lengua absuelta, de Elias Canetti


Aunque en su juventud Elias Canetti escribió algunas obras de teatro y una única novela (la extraordinaria Auto de fe), en realidad es uno de los pocos ensayistas que ha logrado obtener el Premio Nobel de Literatura. Más concretamente, se puede argumentar que logró este galardón por una sola obra, Masa y poder, “la obra de toda una vida”. Pero, además de Masa y poder, uno de esos libros que ya han alcanzado tal categoría mítica que casi nadie lo lee (cuando es una inagotable fuente de reflexión y perspicacia), Canetti también es el autor de una autobiografía que hará perdurar su nombre.

El primer tomo de estas memorias es La lengua absuelta, que abarca sus primeros 16 años de vida. No fue un periodo tranquilo, pues en este tiempo Canetti vivió en Bulgaria, donde estaba establecida su familia, de origen sefardí; Inglaterra, a donde se trasladó siguiendo a su padre precisamente para apartarse de su familia y prosperar en los negocios; en Viena, tras la muerte prematura de su padre, y que era una ciudad legendaria para él debido a la devoción de su madre; y finalmente a Suiza, escapando de los peligros de la I Guerra Mundial, y donde el joven Canetti encontrará el paraíso terrenal.



Si Canetti era un niño “especial” (lo de difícil le vendría más tarde), su familia no se quedaba atrás. Tenemos al áspero abuelo materno, a la abuela que no se levanta nunca del diván, al inconstante abuelo paterno, al gran tipo que era su padre, el hombre más honrado del mundo, y sobre todo a su madre. Durante la parte central del libro, la madre de Canetti se convierte en la verdadera protagonista. Viuda joven, tiranizada por los celos de su propio hijo, con las ideas claras y la decepción de su vida artística malograda, su relación con Elias es de tragedia griega.

Todo el libro es una recuperación de imágenes, a veces deslavazadas, tratadas con la inconsistente mirada de un niño. Es curioso que Canetti, un autor totalmente obsesionado con la palabra y el texto escrito, sin embargo para recobrar su memoria utilice recursos casi puramente icónicos. El libro comienza con un color (por entonces Canetti todavía no tenía el don de la palabra) y partir de entonces cada escena nace en una imagen, una sensación. Solo en la revisión madura llegará la explicación, esta sí puramente verbal.


Editorial Muchnik
Traducción de Lola Díaz

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