jueves, 2 de enero de 2014

La pequeña Dorrit, de Charles Dickens


Por muy largo que sea La pequeña Dorrit, si hubiera que glosar sus virtudes, el tomo resultante debería tener como mínimo diez veces su extensión. Para un lector habitual la novela es una invitación a pasar horas de gozo; para un estudioso de literatura, una fuente inagotable de recursos narrativos; y para un escritor, una llamada a la humildad: jamás se podrá estar al nivel de Charles Dickens.

Si una buena novela debe tener un buen personaje protagonista y una gran novela puede tener dos o tres, en La pequeña Dorrit nos encontramos con una galería completa de personajes extraordinarios. Todo ellos caracterizados por un leitmotiv que ayuda a su identificación dentro de la maraña de la trama, Dickens es capaz de dar el tono ya sea con una coletilla o con un desarrollo de una penetración psicológica asombrosa. Se sabe que sus personajes buenos son muy buenos, y los malos muy malos, pero qué arte hay que tener para que esto no se convierta en una rémora, sino en una nueva muestra de pericia para saber llegar al lector.




Pero La pequeña Dorrit no es lo que se entiende por “novela de personajes”, o no solo, porque también tiene una trama tan perfectamente armada que el lector puede poner en duda las limitaciones humanas de Dickens. Sabemos que el libro se publicó originalmente por entregas a lo largo de casi dos años, pero en el argumento no hay fallas de importancia, todo parece desarrollarse de manera natural, e incluso los golpes de efecto tan típicos de la época están resueltos con gracia. Por ejemplo, uno de los personajes principales desaparece durante bastantes capítulos, que al lector le pueden parecer demasiado. Pero cuando este personaje reaparezca, la emoción será tan grande que se comprende que una vez más Dickens había acertado.

Dickens también se muestro como un genio absoluto en la creación de ambientes. Como se suele decir, retrataba los salones más lujosos y las calles más míseras con igual desenvoltura. Si su presentación de la cárcel de Marshalsea ya parece una perfecta reducción a escala de la sociedad británica, sin subrayados ni paralelismos fáciles, después vendrá ese hallazgo total que es el Negociado de Circunloquios, donde se podría encontrar el origen de gran parte de la mejor literatura del siglo XX.

Editorial Alba
Traducción de Ismael Attrache y Carmen Francí

No hay comentarios:

Publicar un comentario