viernes, 31 de octubre de 2014

La historia de Samuel Titmarsh, de William M. Thackeray


No vamos a entrar en disquisiciones sobre religión o sociología, pero lo cierto es que en las novelas victorianas lo habitual es que una suma importante de dinero (que suele llegar a través de un testamento o un legado inesperado) soluciona todos los problemas. Sin embargo, en La historia de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggarty el dinero, simbolizado en el diamante del título, es una fuente de desgracias capaz de arruinar vidas y de provocar todo tipo de desgracias.

Se podría decir, por tanto, que William M. Thackeray ejerce como moralista de su época. Lo cual es cierto (y está expresado de manera explícita), pero incompleto, pues las lecciones del libro se pueden aplicar de manera directa a la sociedad actual. Y no hace falta ningún esfuerzo interpretativo, todo está ahí, expresado de manera literal, incluidas las advertencias para no caer de nuevo en las mismas jugarretas, pero por lo visto los consejos del pobre Thackeray no han tenido ninguna efectividad.




La primera parte de La historia de Samuel Titmarsh es de una comicidad irresistible. Thackeray era un maestro no solo del punto de vista, sino que también tenía una gran habilidad para meterse en la piel de sus personajes y expresarse a través de ellos con la mayor eficacia. Titmarsh, además del protagonista es el narrador de su propia vida, y su estilo es tan natural como directo, chispeante y coloquial sin ser vulgar. Así, las metáforas, como ese diamante que ejemplifica todo lo que de superfluo e hipócrita había en la sociedad victoriana, se integran de manera sutil, sin llamar la atención.

En la segunda parte Thackeray se pone serio y la historia de Titmarsh se torna en tragedia. Son evidentes las concomitancias entre Thackeray y Dickens (evidente tanto en detalles como el uso de nombres extravagantes y de doble sentido, como en algunos espacios comunes en ambos autores), pero aquí se hace todavía más claro cuando el narrador invoca a Dickens como referente. Y, de la misma manera que Dickens, Thackeray es capaz de combinar humor y drama sin estridencias, con genio y tiento.

Editorial Periférica
Traducción de Ángeles de los Santos

miércoles, 29 de octubre de 2014

Vidal y los suyos, de Edgar Morin


Edgar Morin es uno de esos sabios cuya vida atraviesa y define gran parte del siglo XX. Pero en Vidal y los suyos no se situó a sí mismo en el centro de la narración, sino que prefirió rememorar la figura de su padre para contar a la vez una historia íntima y que describe los avatares por los que pasó Europa durante un tiempo convulso. Perteneciente a una familia judía sefardí que nunca olvidó sus orígenes, criado en la cosmopolita Salónica de principios de siglo, instalado en Francia por elección, Vidal llevó una vida tan de perfil como crucial para todos aquellos que le conocieron.

Pero Morin prefiere tomar distancias a la hora de escribir la biografía de su padre. Cuando él mismo aparece en el relato, lo hace en tercera persona, como un personaje más. Y las fuentes utilizadas son las mismas que las que utilizaría un biógrafo profesional: un relato oral del mismo Vidal (recogido por su nieta, la historiadora Véronique Grappe-Nahoum), multitud de correspondencia, testigos, documentos de diverso tipo... Vidal era un gran contador de historias, pero no siempre fiable, a menudo celoso de su intimidad, así que mejor contrastar informaciones.




Esta dualidad en el punto de vista que se divide entre un hijo que a la fuerza tiene una mirada sesgada hacia su padre y la del investigador con pretensiones de objetividad hacen del libro una experiencia extraña. El cariño y la devoción se manifiestan a menudo, pero parece como sí siempre estuvieran sujetas al rigor histórico. Morin no soslaya los momentos más delicados de la vida de su padre, sus carencias y debilidades, pero siempre lo retrata con comprensión y simpatía.

Y es que Vidal era un personaje muy particular, al parecer con un atractivo irresistible. Según se narra, vivió las dos guerras mundiales como una aventura en la que lo importante era sobrevivir, sin hacerse notar. Tuvo una vida sentimental animada, incluso bastante después de haber cumplido los 80 (o al menos lo intentaba). Mantuvo las tradiciones sin darle importancia, se abrió al mundo sin alejarse nunca de Salónica, marcó a su hijo, que se convirtió en un padre para él, y se negó a convertirse en emblema de nada ni de nadie. Solo quiso vivir, y lo consiguió.

Editorial Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Traducción de María Cordón y Malika Embarek

lunes, 27 de octubre de 2014

El mundo hasta ayer, de Jared Diamond


Desde el principio, Jared Diamond no esconde sus desmedidas ambiciones con El mundo hasta ayer: “El tema de este libro es, potencialmente, todos los aspectos de la cultura humana, de todos los pueblos del mundo, durante los últimos 11.000 años”. Se podría decir que Diamond va sobrado, pero de lo que tiene sobreabundancia es de conocimientos. Biólogo evolutivo de formación, profesor universitario de Geografía, apasionado ornitólogo y antropólogo portentoso, estas son solo algunas de las materias sobre las que Diamond demuestra tener un conocimiento enciclopédico, al que además añade un gran talento para el análisis y un impulso divulgador que ha labrado su fama y su prestigio.

Si concretamos un poco más que el propio Diamond, se podría decir que el propósito de El mundo hasta ayer es comparar el universo de las sociedades tradicionales (las formadas por bandas y tribus) con las sociedades industrializadas. Diamond no idealiza ese mundo en vías de extinción, ni tampoco se erige en moralista. Para él no hay categorías absolutas y cada forma de vida tiene sus puntos fuertes y sus inconvenientes. Con una experiencia de más de cinco décadas en las que ha experimentado en su propia carne la vida en condiciones muy diversas, Diamond sabe de lo que habla.

En la primera parte del libro Diamond se centra en las diferentes formas de guerra que se han desarrollado a lo largo del tiempo. Su tesis principal coincide con la expuesta en detalle por Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro: pese a lo que pudiera parecer, en las sociedades tradicionales la mortandad provocada por la guerra es mucho más alta que en las sociedades industrializadas. Incluso las masacres provocadas durante las dos guerras mundiales del siglo XX se quedan en poco comparadas con el índice de muertes causados por las escaramuzas tribales, siempre que se tenga en cuenta la proporcionalidad.

Tras analizar los motivos, consecuencias y extensión de las guerras, Diamond se centra en la figura de jóvenes y ancianos en las diferentes sociedades. Aquí el lugar común se acerca más a la realidad, ya que el autor demuestra la mayor libertad y su consecuente responsabilidad que se da a los jóvenes pertenecientes a sociedades tradicionales desde épocas muy tempranas de su desarrollo, y también el mayor respeto e integración que tienen los ancianos. Por supuesto, esto no supone categorías absolutas, pues hay grupos que han mantenido el infanticidio como un recurso ampliamente practicado y admitido, y otros que sencillamente dejaban de alimentar a sus mayores cuando no eran útiles. Diamond explica el porqué de estos comportamientos que para la moral occidental son sencillamente aborrecibles y nunca oculta lo que las muchas veces idealizadas sociedades tradicionales tienen de terrible.




Después de comparar algunas diferencias entre los peligros más acechantes para cada modelo de sociedad, Diamond se centra en grandes cuestiones, como la religión, la salud y el lenguaje. Una cuestión que ha plantado grandes interrogantes a los científicos evolutivos es el de la religión, ya que por su extensión en todo tipo de culturas y a lo largo de la historia debe tener un componente adaptativo. Una vez más, no se trata de si es algo bueno o malo, sino de su función y su sentido. Como en muchos otros casos, Diamond apuesta por el valor cohesionador que supone compartir unas creencias comunes y su utilidad para la comunidad. En cuanto a la salud, donde los contrastes entre las sociedades occidentales (y occidentalizadas) y las preindustriales es muy evidente, Diamond aboga claramente por un estilo de vida más natural y consciente de los peligros de los hábitos alimenticios modernos.

Un aspecto que es particularmente interesante parta nosotros es el dedicado al lenguaje. Diamond documenta el multilingüismo de las sociedades tradicionales, enfrentado al escaso conocimiento de lenguas en el mundo desarrollado (especialmente en el caso de los uniformemente monolingües Estados Unidos). El mundo vive actualmente un proceso de empobrecimiento lingüístico sin precedentes (un idioma desaparece cada nueve días), y es habitual escuchar lamentos por esta pérdida irremediable. Pero se suelte trata de argumentos sentimentales. Diamond trata de demostrar por qué se trata de una verdadera tragedia. Sin embargo, en este punto el autor no logra convencernos.

Se ha demostrado que el bilingüísmo es beneficioso, pero la desaparición de multitud de lenguas no impediría la posibilidad de seguir enriqueciendo nuestra percepción del mundo a través de los como mínimo cinco grandes idiomas que no tienen ninguna posibilidad de desaparecer. Diamond también habla de la pérdida cultural que supondría no solo que se deje de hablar un idioma, sino que su pasado y su literatura ya sean indescifrables, pero en cualquier caso nadie más allá de sus practicantes tiene acceso a ese acervo cultural, y una labor documental sería suficiente para conservar el legado por motivos de estudio. En cuanto el tercer motivo esgrimido por el autor, el poder de la lengua para cohesionar socialmente, es tan difícil de demostrar como de rebatir.

Editorial Debate
Traducción de Efrén del Valle

viernes, 24 de octubre de 2014

14, de Jean Echenoz


La elipsis es un recurso que se suele asociar más con el cine que con la literatura, ese fundido en negro que deja al espectador la tarea de completar la información y de sacar sus propias conclusiones. En literatura el autor acostumbra a ser más intrusivo y como mucho juega con ambigüedades o finales abiertos. Sin embargo Jean Echenoz ha abierto nuevas posibilidades de relato. Sus historias, magistrales odas a la concisión, son también un prodigioso manual del uso de la elipsis: es a través de la insinuación y el sobreentendido como sus relatos cobran pleno significado.

En 14 Echenoz se atreve con un tema que podría pecar de saturación, pero su acercamiento es tan personal que no tiene nada que ver con la avalancha de títulos que han conmemorado el centenario de la Primera Guerra Mundial. Para empezar, la aproximación de Echenoz es minimalista, centrada en unos pocos personajes y en unos episodios muy concretos, lo que no significa que pierda la perspectiva general, al contrario, el lector saldrá de sus páginas con un conocimiento de muchos de los principales rasgos de la contienda tan original como preciso.




Otra característica siempre presente en los libros de Echenoz pero todavía más llamativa en 14, es su sentido del humor. Siempre está ahí, acechando incluso en los momentos más inesperados, y de todos los colores, desde el más vulgar al más refinado, desde la obviedad hasta la sutileza, como un grado más de depuración de su estilo. Pero ya sea a gran escala o en detalle, esa ironía zumbona y el sarcasmo más salvaje, se apodera de todo el relato, convirtiendo esta historia de la guerra en una cuestión personal.

El estilo mínimo del que hablábamos es tan preciso que no solo el lector tiene que estar pendiente de cada frase para no perderse un hallazgo, sino que el propio autor se somete a una técnica de bateo tan exigente que llega a la médula de la historia. Los personajes se definen por manías y miradas, las relaciones por gestos, el desenlace por puertas que se cierran. Nada sobra, todo es aprovechable, y sin embargo no hay sensación alguna de grandilocuencia, solo naturalidad extremadamente bien trabajada.

Editorial Anagrama
Traducción de Javier Albiñana

jueves, 23 de octubre de 2014

La buena reputación, de Ignacio Martínez de Pisón


Aunque se diría que para muchos escritores parece que no haya nada detrás del espejo, tampoco es muy difícil darse cuenta de que hay muchos mundos sin necesidad de buscar muy lejos. Y se trata de lugares que son fácilmente reconocibles, pero que sin embargo por algún motivo permanecen inexplorados. En La buena reputación Ignacio Martínez de Pisón vuelve su mirada hacia un pasado reciente, pero que en muchos casos se ha querido borrar de la memoria, y a un lugar que combina la poderosa mezcla de cercanía y exotismo, como representa Melilla.

Pero el rastreo de Martínez de Pisón va más allá y sigue los pasos de los judíos españoles, sujeto casi totalmente obviado por la narrativa nacional. Con un material así el autor se podría haber limitado a pintar un fresco histórico de esos tan bien documentados y precisos como fríos, pero ha preferido centrarse en la parte más humana de sus personajes, en unos conflictos familiares que no dejan bien a nadie y que sin embargo tienen el prurito de la redención. Sus personajes no son metáforas, sino seres de carne y hueso con los que más que empatizar se busca la comprensión.




La buena reputación es una novela extensa, y sin embargo es prodigioso que dé tanto de sí. De una manera fluida, casi imperceptible, se recorren cuatro décadas de la historia española mientras se pasea por gran parte de su geografía. Pero, como decíamos, lo importante son sus protagonistas, desde ese complejo, contradictorio y abrumado patriarca, el judío renacido Samuel, hasta los nietos de la familia, que tienen que adaptarse a un nuevo país cuando son incapaces de vivir en paz en su propio hogar, pasando por las mujeres de la familia, verdaderos ejes de la acción. Mercedes, la madre, es tan manipuladora y en ocasiones perversa como víctima, mientras que Miriam, la hija, es pasiva y siempre a remolque de las decisiones de los demás.

Miriam es el personaje mejor construido, el que tiene más matices y vida que transmitir. Es una lástima que la última parte, dedicada a su hijo Daniel, decaiga un poco en interés, quizá por falta de imbricación con el resto del relato y por hacer demasiado evidente lo que hasta entonces había sido implícito. Pero lo que queda es el disfrute de una novela de perfecta construcción, en la que Martínez de Pisón demuestra poseer un total dominio del oficio. Es curioso que, siguiendo las directrices más clásicas del género, Martínez de Pisón se haya convertido en un espécimen tan raro.

Editorial Seix Barral

lunes, 20 de octubre de 2014

La promesa del alba, de Romain Gary


En vida Romain Gary no fue muy valorado en las altas esferas de la intelectualidad francesa, que estigmatizó su obra con la nefasta marca de la popularidad. Es conocido que ha sido el único autor en ganar dos veces el Goncourt, que llevó una existencia cosmopolita, que tuvo un turbulento matrimonio con Jean Seberg y que se suicidó. Pero el hecho de que fuera escritor parece accesorio. En cualquier caso, ni tan siquiera su romántica vida y su muerte han servido para revalorizar su legado. Y ya ha llegado la hora.

La promesa del alba es un libro imperdible, unas memorias escritas con tanta delicadeza, con tanta elegancia e ironía, que hasta los críticos más acérrimos de Gary, si dejaran atrás sus prejuicios, tendrían que saludar como irresistible. El políglota Gary creció en el convencimiento de que el francés es la patria del artista, y rinde homenaje a esta lengua sacándole todo el provecho, con una naturalidad alejada de lo que se entiende por gran estilo, pero que llega al lector de manera directa, desde el corazón, por usar una expresión con la que los críticos suelen hacer sangre.




Una característica que destaca a lo largo de todo el libro es el humor del autor. Él mismo reconoce que siempre se ha tomado su vida, un género literario, a broma, que el humor ha sido su único refugio a la hora de protegerse de las adversidades. Y en todo momento se sitúa a sí mismo como centro de la burla. Ya sean sus aventurillas infantiles o sus acciones heroicas durante la guerra, todo esta tamizado por la ironía y la guasa. Por ejemplo, la escena del duelo con los soldados polacos en un hotel de Londres merecería incluirse en cualquier antología del género.

En La promesa del alba Gary relata su infancia en Polonia, su integración en Francia y sus peripecias bélicas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero sobre todo es una carta de amor a su madre, una declaración incondicional de adoración y reconocimiento. Los esfuerzos de esta mujer y su lucha para sacar adelante al prometedor hijo, del que nunca dudó que se convertiría en un gran artista y embajador de Francia, son ahora recuperados por Gary con algo de arrepentimiento y con devoción. Y aunque hay mucha ternura, también hay pudor. Así, el momento culminante, que cualquier autor habría remarcado y envuelto en música de violines, Gary tiene que despacharlo en una página, incapaz de extenderse. Y, sin embargo, el efecto en el lector se multiplica.

Editorial Folio
Edición en castellano en Ramdom House Mondadori

viernes, 17 de octubre de 2014

Los extraños, de Vicente Valero


Aunque Los extraños se presenta como la primera novela del poeta y ensayista Vicente Valero, lo cierto es que todo parece indicar que se trata de un libro de recuerdos en el que la ficción, de existir (más allá de lo que de ficción tiene todo recuerdo) esta tan bien camuflada que es indistinguible de la realidad. Pero, a fin de cuentas, poco importa la etiqueta. Lo que tenemos es uno de esos libros que tanto nos gustan, esas indagaciones en la memoria familiar que rescatan a personas ya olvidadas a través de la evocación, del poder testimonial de la literatura.

Valero trata de traer al presente a cuatro excéntricos familiares que por algún motivo le han llamado la atención desde la infancia. Cuatro misterios cuyo nombre se invoca entre susurros y remordimientos. No hay nada vergonzoso en ellos, al contrario, sus vidas son desde cierta perspectiva heroicas, aún en su malogrado final. El autor mezcla la fascinación que sintió de niño por estas existencias al margen con su búsqueda ya en la edad adulta de explicaciones, de un una narración que dé sentido a meras intuiciones y palabras veladas.




En esta saga familiar a contracorriente conoceremos a un militar que parecía tener su existencia planeada al detalle pero que no pudo prever que el destino, que por mucho destino que sea, es impredecible; a un trotamundos melancólico que roza el tópico del obsesionado con el ajedrez pero al que redime su humanidad; a un espíritu libre avocado a sufrir por hacer lo que más le gusta y que jamás podrá sentirse a gusto; y para terminar, a un adelantado a su tiempo, una contradicción que podría vivir muy bien en sus rarezas, pero al que su época no podía tolerar.

Si siempre nos fascinan estar historias en las que el autor tiene el valor de exponerse ante el lector y a la vez tiene el pudor para no exhibirse, estos experimentos que tratan de recuperar el tiempo perdido, en Valero además tenemos que valorar una escritura sobresaliente. Con frases largas pero no virtuosas (una vez más, fondo y forman tienen que ir conjugadas para funcionar), meandros de una fluidez que encandila y predilección por el detalle bien expresado, Los extraños, sea debut o no, es un éxito total.

Editorial Periférica

jueves, 16 de octubre de 2014

Animales y más que animales, de Saki


No es inhabitual que si en una novela inglesa aparece un personaje leyendo un libro, se trate de los cuentos de Saki. Este pequeño detalle revela sin embargo varias cosas: desde luego, la enorme popularidad de la que gozó Saki a principios del siglo XX y que en gran mediad sigue conservado; la influencia que ha tenido en sucesivas generaciones de escritores cómicos; y la amplitud de su público lector, que abarca desde las clases altas de la sociedad hasta las más populares. Y es que, se podría concluir, es difícil encontrar a alguien a quien no le guste Saki.

Los relatos de Animales y más que animales son como bombones irresistibles, de sencillísima y reiterada estructura, casi como chistes alargados, pero deliciosos y adictivos. La excusa de la colección es obviamente el mundo animal, pero poco importa la anécdota. Como en Wodehouse, en quien irremediablemente pensará el lector, el mundo que retrata Saki es el de los ricos y estúpidos (esos Berties totémicos), involucrados en disparatadas aventuras de las que siempre se saca una moraleja: cuanto más postín te des, más posibilidades tienes de caer en el ridículo.




Al igual que estos personajes en perpetuo estado de inactividad (aparte de fiestas y cacerías), el lector entrará en un modo de relajación complaciente. Las bromas, a menudo pesadas, tienen mucha malicia, pero nada de maldad. Todas las víctimas se merecen el escarmiento al que son sometidas, y, después de todo, es el ingenio el que sale ganando, siempre con la complacencia e incluso el aporte del lector, que tendrá que añadir su propio resquemor para completar el sentido de las chanzas.

Ya sea como elogio o como reproche, se suele decir que la literatura inglesa se ríe de todo y de todos. Saki demuestra que no hay nada de malo en ello. Las tías histéricas, las novias caprichosas, los ricos petulantes, los artistas pretenciosos, todos conforman un paisaje que parece estar ahí para ser objeto de la parodia. Como pasa con las familias reales, si no sirven para reírse de ellas, ¿para qué están?

Editorial Valdemar
Traducción de Rafael Lassaletta

martes, 14 de octubre de 2014

La anciana señora Webster, de Caroline Blackwood


La literatura inglesa parece formada por un estrecho círculo de autores en el que todos se conocen. Esto se transluce no solo en un aire de familia que hace que el aficionado reconozca a la perfección modos y maneras, sino que daría pie a toda una genealogía de personajes que, bajo diferentes nombres, aparecieran en la obra de una docena de autores. Desde los jóvenes brillantes de los años 20 hasta los jóvenes airados de los años 60 hay un cambio de perspectiva espectacular, pero los grandes narradores, como las grandes familias, permanecen.

CarolineBlackwood (Lady) podría conectar por sí misma a gran parte de aristocracia británica y del mundo cultural, tanto por su pedigrí familiar como por sus relaciones sentimentales. Por eso es una suerte que no se dedicará solo a vivir una existencia de privilegios (aunque también con sus dramas) y que se decidiera a producir una obra tan perversa y encantadora como las personas a las que estaba acostumbrada a tratar.




En La anciana señora Webster al parecer Blackwood no se alejó demasiado de sus experiencias familiares, aunque los personajes que retrata son tan estrambóticos que parece imposible que sigan un molde real. El estilo de Blackwood puede parecer desmañado, el libro carecer de una estructura firme, algunas decisiones solo se justifican por el capricho, pero el lector se lo pasa tan bien asistiendo a esta presentación de tarados (en el mejor sentido), que no le importan sus debilidades narrativas.

Como en la mejor tradición inglesa, el libro presenta las escenas más terribles desde la perspectiva del humor. Aquí hay seres monstruosos (la bisabuela maniática y distante), trágicos (la tía frívola y depresiva) y conmovedores (la abuela trastornada), lo que bien podría dar para un dramón. Pero Blackwood prefiere aportar una perspectiva irónica, la de esa niña perdida que va creciendo mientras buscar resolver algunos misterios pendientes. Es una visión teñida de nostalgia y desde ese distanciamiento que hace a la clase alta británica tan autoconsciente.

Editorial Alba
Traducción de Celia Montolío

lunes, 13 de octubre de 2014

¿Qué estás mirando?, de Will Gompertz


En la contraportada de ¿Qué estás mirando? se dice que es un libro dirigido tanto a convencidos como a escépticos, lo que, con matices, es cierto. Los admiradores del arte contemporáneo encontrarán en el libro de Will Gompertz un ágil compendio de los más destacados movimientos artísticos del último siglo y medio en el que además podrán descubrir algunos nombres que añadir a la lista, mientras que los que se toman todo esto a rechufla mantendrán una constante discusión con el autor, a menudo sazonada con interjecciones y muestras de incredulidad. Entretenido es.

Gompertz, periodista sin formación académica, fue director de Tate Media y actualmente es editor de BBC Arts, lo que da fe de su conocimiento de primera mano del mundillo artístico internacional, o lo que es lo mismo, del mundo de los grandes negocios. Pero como historiador del arte su metodología es bastante discutible. Él mismo confiesa que no pretende emular a Ernst Gombrich o Robert Hughes, pero más allá de su acreditado dominio de la materia, al presentar la sucesión de corrientes artísticas como un proceso determinista se aparta de la historiografía moderna.

Es fácil dibujar una línea que lleve directamente del romanticismo al expresionismo abstracto, y es evidente que cada movimiento creativo tiene sus raíces en propuestas anteriores (aunque sus integrantes lo nieguen), pero de ahí a colegir que irremediablemente la historia del arte ha sido una sucesión dirigida (¿por un poder superior?) hay un salto de fe infranqueable. De hecho Gompertz, aun sin quererlo, traza a menudo paralelismos entre el arte y las creencias religiosas difíciles de sostener. Uno cree en el poder trascendental de los objetos artísticos como puede creer en un santo, pero que nadie busque racionalidad aquí.




Otro de los problemas que quedan sin resolver es que este arte contemporáneo reivindicado por Gompertz apela a los sentimientos (cuando se visita un museo o una galería hay que dejarse llevar por lo que la experiencia mueve en el interior del espectador, sin buscar explicaciones), y sin embargo, todos estos movimientos vienen acompañados por un aparato explicativo abrumador. Para llegar al fondo del sentido de un cuadrado vacío hay que bien referirse a poderes inefables del universo o leerse una tesis. Cuando no conocer al detalle la biografía del artista para llegar a atisbar algo de sus implicaciones metafísicas.

Aunque el libro es ameno y Gompertz se permite algunas veleidades con la ficción (esas conversaciones imaginadas entre artistas, que sin embargo abandona pronto), echamos de menos algo del sarcasmo que se suele encontrar en los autores británicos, incluso a niveles más académicos. A veces se percibe algo de sorna, como cuando Gompertz habla de los minimalistas, pero todo esto queda solapado por la admiración incondicional que muestra hacia las obras. Me gusta, luego algo tiene que tener.

También es llamativo que muchos de los héroes del libro sean personas que en realidad despreciaban el arte y querían destruirlo (caso de Duchamp, que Gompertz sitúa en el centro de su relato), lo que podría dar una nueva interpretación a toda este batiburrillo. Otra afirmación que nos ha llamado la atención es una idea que ya habíamos leído a Trapiello como crítica, y que sin embargo Gompertz defiende con total seriedad: en el arte moderno lo importante no es hacer algo con valor, sino tener la ocurrencia el primero. Lástima que al parecer todas las burlas ya las dijo alguien antes.

Editorial Taurus
Traducción de Federico Corriente Basús


viernes, 10 de octubre de 2014

La pasión de Enrique Lynch. Necrofucker, de Richard Parra


El choque aturdidor que se experimenta al leer La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker no viene solo de la descripción de un mundo salvaje en el que la violencia y la muerte están a la vuelta de cada página, sino que es el mismo lenguaje utilizado por Richard Parra el causante de las convulsiones que sacuden al lector hasta dejarlo grogui. Nada de retórica, sino estilo directo, derechazos que golpean en la sien. Ni asomo de barroquismo, frases limpias que sin embargo no hablan precisamente de una despejada mañana de primavera. Un acoso constante que lleva hasta las cuerdas para allí dar el gancho definitivo.

El lector español también se encuentra con la extrañeza de estar ante un texto que parece escrito en un idioma que conoce, pero que no domina por completo. Las dos historias de Parra están repletas de peruanismos, y en Necrofucker además nos encontramos con multitud de referencias al mundo metalero y juvenil. Pero en lugar de distanciar, lo que se transmite es una vivacidad euforizante, un colorido que enriquece la narración y nos descubre un nuevo mundo de sugerencias. Se trata de un estilo expresionista, en el que hay que estar atento a cada palabra, buscar la interpretación más adecuada.




La pasión de Enrique Lynch, al estar situada en el siglo XIX, puede parecer más clásica, pero incluye un juego de perspectivas y tiempos narrativos nada complaciente. Es admirable como toda la historia mantiene un mismo tono reconocible, y a la vez cada fragmento, contado desde una perspectiva diferente, propone una visión personal, identificable. La cantidad de matices, puntos de vista, resoluciones, hace de este relato de menos de 80 páginas un compendio de esas historias épicas que es más común identificar con novelas monumentales .

Necrofucker, la historia de un grupo de amigos aficionados al heavy en los años 80, es todavía mejor. La fascinación que provoca este relato de amor y violencia, de sueños y pesadillas, va más allá del virtuosismo formal que Parra despliega con gran habilidad. Porque no se trata solo de una demostración de talento expresivo, sino que en la historia se percibe todo lo que hay de verdad, de vivido en esta brutalidad que se percibe como lo más natural del mundo. La fidelidad, la insensatez, la cobardía y el horror se mezclan para formar una aterradora nouvelle de aprendizaje.

Editorial Demipage


jueves, 9 de octubre de 2014

Mire al pajarito, de Kurt Vonnegut


Aunque en esta edición de Mire al pajarito no hay ninguna indicación sobre la fecha en la que los cuentos aquí reunidos fueron escritos por Kurt Vonnegut, no cabe ninguna duda de que estamos en los años 50. Esa mezcla de serenidad superficial que esconde los secretos más turbios de la sociedad queda patente en cada uno de los relatos, y aunque la mayoría de ellos tienen un final feliz (lo que por otra parte no deja de ser sorprendente en sí mismo), de fondo queda patente una insatisfacción profunda, manifestada por ejemplo en El rey y la reina del universo, ambientado no por casualidad en los años de la Gran Depresión.

Por algún motivo no explicado, los relatos que conforman Mire al pajarito solo se publicaron tras la muerte de Vonnegut. Este misterio tiene una doble vertiente: en primer lugar, Vonnegut era un escritor “profesional” en el más estricto sentido: publicaba para poder vivir, lo que hace extraño que desechara estos cuentos sin tener un buen motivo. Y este es el otro misterio, ya que se trata de cuentos si no geniales, a menudo brillantes; irregulares, es cierto, pero bien construidos y siempre con algún elemento que provoca sobresaltos en el lector, algo que los hace diferentes.





El Key Club de Ed Luby es el más extenso de los relatos y uno de los mejores. Con una estructura y un ritmo que recuerda al mejor William Irish, nos adentramos en una ciudad corrupta a sus más altos niveles y seguimos las peripecias de una inocente pareja que se ve inmersa en una pesadilla donde la injusticia es la ley. Otros relatos se apartan del tanto del realismo social como de las historias detectivesca y se adentran en terrenos más fantásticos, como el hipnótico Salón de espejos, o cae en el simbolismo de la Guerra Fría, que hoy puede sonar un poco forzado, caso de Las hormigas petrificadas.

También hay en el libro sus buenas dosis de humor negro, como en el cuento que da nombre a la colección, y junto a algunas historias un poco banales, como El honor de un repartidor de periódicos, las hay realmente logradas, caso de la inquietante Las personitas simpáticas, y otras en apariencia sencillas pero muy ingeniosas y ligeramente psicóticas, como Gotitas de agua. Mire al pajarito no es uno de los títulos por lo que Vonnegut será recordado, pero aparte de ser un libro con valor propio, sirve para conocer algunos aspectos del autor que no se ajustan a la imagen que tenemos de él, y por lo tanto contribuyen a enriquecer su legado.

Editorial Sexto Piso
Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez

miércoles, 8 de octubre de 2014

Las ventajas del deseo, de Dan Ariely


Aunque Las ventajas del deseo lleve como subtítulo Cómo sacar partido de la irracionalidad en nuestras relaciones personales y laborales, el libro de Dan Ariely no es una de esas guías que tratan de convencer al lector de que siguiendo unas reglas básicas transformará su vida por completo y se convertirá en un triunfador, de esos que escriben libros para enseñar a la gente cómo alcanzar sus más dorados sueños. En realidad, Las ventajas del deseo, no por ameno, es un libro del máximo rigor en el que el autor, como veremos, se muestra consciente de sus limitaciones.

Para empezar, Ariely, profesor de psicología y conductas económicas, se sitúa en primer plano, dando una visión totalmente personal de lo que va a explicar. Con 18 años sufrió un grave accidente que le provocó quemaduras en el 75% de su cuerpo. De esta traumática experiencia se derivaría no solo su ansia por saber, sino una muy particular perspectiva hacia el comportamiento humano. Como explica en su famosa charla en TED, las personas tienen una sorprendente tendencia a estar equivocadas, y lo que es peor, a caer en todas las trampas que se hace a sí mismo: sus estudios nos ayudan, si no a detectar todos los espejismo, al menos a tener las herramientas necesarias para defendernos.




Las ventajas del deseo consiste en una sucesión de experimentos, a cuál más ingenioso. La perspectiva de Ariely recuerda a la de Daniel Kahneman, muy crítico con los economistas racionalistas y más inclinado a creer que las personas actúan por motivos irracionales y debido a una larga serie de sesgos cognitivos que nos engañan, lo que tiene su lado bueno y su lado malo. Claro que pensamos que eso solo le pasa a los demás, pero no deberíamos estar tan seguros. Los experimentos son divertidos, a menudo sorprendentes y siempre de una sencillez que hace más evidente las conclusiones.

Pero Ariely tiene claro que conocer estos sesgos no es equivalente a poder evitarlos. Todos tenemos una herencia y una visión del mundo demasiado arraigadas como para poder darle la vuelta de un día para otro. Lo que plantea Ariely es una invitación a no dar nada por sentado, a pensar por nosotros mismos sin dejarnos llevar por tópicos y verdades recibidas. Si desafiamos la validez de las grandes primas de los ejecutivos, la brillantez de nuestras propias ideas en comparación con los demás, la solidaridad a pequeña escala frente a la indiferencia ante los grandes dramas lejanos, llegaremos a la conclusión de que solo hay un método para diferenciar lo que nos gustaría creer de la realidad: ponerlo todo en duda.

Editorial Ariel
Traducción de Elisenda Julibert

lunes, 6 de octubre de 2014

Muerte en el seminario, de P. D. James


Después de 50 años de carrera literaria, P. D. James se sabe todos los trucos del género detectivesco. Y, aunque no sea una autora especialmente prolífica, sus lectores también han adquirido la capacidad de detectar sus temas recurrentes y su muy particular estilo. En sus libros se combina a la perfección una fórmula reconocible (y que no por repetida cansa) y una calidad literaria que la sitúa como una de las mejores escritoras de este superpoblado género.

Cuando parece que ya todas las tramas están inventadas y que no hay más vueltas de tuerca posibles, lo que queda es el ambiente y los personajes, dos terrenos en los que P. D. James se mueve con absoluta maestría. En Muerte en el seminario nos encontramos en un lugar de reminiscencias góticas, un seminario aislado y decadente, en el que los cadáveres se multiplican con preocupante asiduidad. James solo siembra unas pequeñas semillas de extrañeza, esas puertas que se cierran de golpe, ese viento que no permite ni caminar, esos restos de sangre que nadie sabe de dónde ha salido. Pero de alguna manera, y sin recurrir a golpes bajos, logra provocar inquietud, que ni tan siquiera el lector se pueda sentir seguro.




Aunque en la primera parte sea casi un personaje secundario, en Muerte en el seminario nos volvemos a encontrar al inspector Dalgliesh en su plenitud. Como el estilo de la propia James, Dalgliesh parece casi invisible, no hace descubrimientos deslumbrantes, no sorprende con deducciones propias de una menta privilegiada. Solo hay meticulosidad, un preciso seguimiento de las pistas y, eso sí, una extraordinaria capacidad para leer la mente de los sospechosos. Pero la riqueza de la novela viene por el conjunto de los invitados, no solo los viejos conocidos, sino estos sacerdotes, seminaristas e invitados varios, cada uno perfectamente dibujado y con sus secretos ocultos.

Es curioso que la tarea detectivesca del lector se vea apoyada más que por las pistas diseminadas acá y allá, por la descripción del carácter de cada personaje. Incluso su forma de hablar es pertinente. No se trata de la simpatía o la falta de esta que James le dedica a cada uno de ellos (después de todo, no hay pista falsa más sencilla que esta), sino de un fondo moral que se transluce en ciertos comentarios sueltos, en una actitud impropia. Pero, a fin de cuentas, el quién lo hizo ni tan siquiera es lo más importante. Lo verdaderamente central en las novelas de James es el peso del pasado y de la culpa. Y el modo de librarse de él.

Editorial Ediciones B
Traducción de Mª Eugenia Ciocchini

jueves, 2 de octubre de 2014

Recuerdos de una mujer de la generación del 98, de Carmen Baroja


Carmen Baroja y Nessi se declaraba explícitamente feminista en una época en la que tal término no solo era una osadía, sino un pecado. Pero ni tan siquiera era necesario que revindicara de manera general los derechos de las mujeres: la lectura de sus memorias es la demostración palpable de la injusticia en la que vivió. Si hubiera tenido las mismas oportunidades que sus hermanos, sin duda se habría convertido en una escritora respetada o en una artista de éxito: en ambos campos demostró que estaba dotada para realizar grandes obras.

La historia de la recuperación de estos Recuerdos de una mujer de lageneración del 98 es singular. Por algún motivo, sus hijos nunca se preocuparon de publicarlo, y tuvo que ser Amparo Hurtado quien, tras una encomiable labor de investigación y edición, nos permitiera descubrir esta nueva perspectiva de una familia fascinante. Puede que Carmen, al igual que sus hermanos, no sea simpática, y que a veces sorprenda su frialdad, dirigida incluso a su marido (a quien, a lo mejor, aprecia), pero su retrato de la vida a principios del siglo XX es impagable.




Recuerdos no un repaso a los grandes nombres que conoció, y cuando estos aparecen, no se ahorra crueldad. Sus mejores aguijones están dedicados a Cipriano Rivas Cherif, Gómez de la Serna ("tenía la enorme originalidad de ser el único Ramón que había en el mundo, creo que todo lo que escribía era tan original como esto") y Ortega y Gasset ("a pesar de su maravillosa manera de hablar y de su no menos maravillosa manera de escribir, me pareció siempre en su vida el colmo de la cursilería"). En cuanto a los bandos de la Guerra Civil, despreciaba tanto a los de una parte como a los de la otra.

Pero Carmen Baroja tampoco evita descripciones poco amables de sus hermanos (se ve claramente que no soportaba a Pío, en esto era como todo el mundo). En este aspecto, como en muchas otras cosas, el libro es poco convencional. No hay retrato de infancia, hay elipsis en momentos que se pensarían clave, y cuando estos son retratados (muertes, nacimientos...) es habitualmente de manera esquiva, como no queriendo mostrarse demasiado. Los pocos momentos de verdadera felicidad, como su participación en el grupo de teatro experimental de El mirlo blanco o su labor en la fundación del Lyceum Club femenino son tan refulgentes como breves.

El tono del libro es apesadumbrado, Baroja no quiere ocultar su tristeza, que está tanto en su naturaleza como en una inefable frustración, quizá provocada por no haber podido realizarse como artista, quizá por fracasos románticos. Su única satisfacción se la dan sus hijos, su sostén en los momentos más duros. Pero el lector tendrá que agradecerle no solo un imprescindible y novedoso punto de vista sobre la familia Baroja, sino su propia cualidad testimonial, su sinceridad y su llaneza. Esto es lo que vivió, así lo vivió, y no piensa callarse.

Editorial Tusquets