viernes, 30 de octubre de 2015

París D.F., de Roberto Wong


De la misma manera que Arturo, el protagonista de París D.F., superpone los mapas de París y Ciudad de México para construir un mundo en el que los lugares de la memoria y el paisaje urbano se solapan, Roberto Wong ha construido con su primera novela un híbrido en el que las huellas literarias y la vida se mezclan para configurar un libro desquiciado y alucinante en el que la realidad es solo un reflejo apenas recordado.

Entre los referentes literarios de Wong hay algunos evidentes, como el de la Nadjia de Breton, pero también otros más ocultos, como podría ser Mario Levrero. En la escritura de Wong encontramos el mismo instinto suicida, el mismo mundo inquietante y que se cae a pedazos, con un protagonista que apenas se esfuerza por permanecer de pie en las últimas baldosas que todavía le unen con su pasado, mientras que las perspectivas de construirse una "vida", ese siempre soñado viaje a París, se transforma en una entelequia similar a la posibilidad de viajar a Marte.




En su intento por dotar a su narración de una singularidad expresiva, Wong utiliza algunos recursos poco habituales en la novela, como el uso del presente o de la segunda persona, además de intercalar capítulos en los que el protagonista se adueña del punto de vista, saltos en el tiempo en los que reína lo confusión o la introducción, a modo de flash forwards, de personajes en apariencia ajenos a la historia.

Si al inicio de la novela la historia, pese a la innovaciones señaladas, es más o menos coherente, según avanza se va haciendo cada vez más compleja. Paralelamente a la transformación del D.F. en París, el lector, de la misma manera que Arturo, va perdiendo su ligazón con lo que sucede a su alrededor y la fantasía, los espejismos y la pérdida de la conciencia se unen para formar una pesadilla de la que ya será imposible escapar.


Editorial Galaxia Gutenberg

jueves, 29 de octubre de 2015

El bar de las grandes esperanzas, de J. R. Moehringer


Hay algunos libros que parecen llamarnos, como esas copas tentadoras que provocan al alcohólico, cuyas bajas defensas poco pueden hacer para resistir la llamada de la felicidad prometida. Y El bar de las grandes esperanzas es uno de esos libros que nos reclaman sin admitir excusas, y sin que sepamos muy bien por qué. Pero la vida del lector no está exenta de precedentes en los que una historia parecía escrita para él, y que sin embargo, una vez despojada de su aura seductora, de sus brillos más superficiales, acaba por decepcionar.

Al igual que esas resaca monstruosas que hacen pensar que nunca más, esos libros tienen el mismo poder persuasivo: ninguno. Por suerte, El bar de las grandes esperanzas no es uno de esos traidores. Al contrario, desde las primeras páginas nos damos cuenta de que esta vez nuestro instinto ha dado en el clavo. Y, a partir de entonces, no hay marcha atrás. J. R. Moehringer se hará con nuestra voluntad y dependeremos de él, en quien confiaríamos nuestra propia salud, para que nos guíe. Sabemos que jamás nos dejaría tirados.

El bar de las grandes esperanzas, verdadero hogar para Moehringer durante muchos años y del lector durante unas cuantas horas, no podía tener un nombre más apropiado que el de Dickens, pues el influjo del genio inglés está presente en cada página del libro. Y no se trata tan solo de recrear un ambiente (por ejemplo, la típica niebla londinense, aquí se manifiesta a través del humo de los cigarrillos que difuminan la luz del bar), del argumento tan dickensiano del niño pobre y sin padre, de los personajes excéntricos que dan color a la historia.

No, El bar es dickensiano en un sentido más profundo. Se trata de un libro capaz de hacer reír y llorar casi de manera simultánea, de un libro sincero y hondo que muestra su superioridad en su sencillez: ni una gota de retórica, ni una puerta abierta al lucimiento estilístico. Además de Dickens, otra presencia obvia a lo largo del libro es la de F. Scott Fitzgerald, y más concretamente de El gran Gatsby. Como dice el narrador de manera explícita, la gran novela americana es el Dickens mismo.




Si se tuviera que resumir el argumento de El bar, se podría decir que es la historia de cómo un niño se convierte en hombre, la clásica novela de formación. Solo que El bar no es una novela, sino la verdadera historia de Moehringer. Pese a lo que pudiera parecer, tampoco se trata e uno de esos manifiestos viriles, de exaltación del macho. Todo lo contrario, JR es un muchacho de una especial sensibilidad, siempre preocupado por todo, más agobiado por la vida de lo que su edad debiera permitirle.

Pero JR necesita una figura masculina (o, mejor, muchas). Referentes que le sirvan para comprender los mecanismos básicos de la vida y que le faciliten defenderse cuando sea necesario y superar con éxito los retos que marcan el paso de niño a adulto. Siempre con su madre en mente, quien le da fuerzas para superar los reveses y mantenerse firme en su propósito de cuidad de ella, JR tiene que hacer frente a grandes obstáculos que se interponen en sus grandes objetivos: primero ingresar en Yale y más tarde trabajar en el New York Times.

Con la energía que le transmite su madre, la ayuda de diversos personajes que le abren el mundo y su propio tesón, JR cumplirá sus sueños, pero solo para comprobar que no todo es tan ideal como se había imaginado. Porque a JR todavía le queda una lección por aprender, la más importante de todas, la que finalmente le permitirá dejar atrás sus rémoras y sus traumas y dar un paso al frente: que lo peor de todo es la desilusión, y que aprender a convivir con ella y a mirar de cara a la vida es la única manera de ser todo un hombre.

Editorial Duomo

Traducción de Juanjo Estrella

martes, 27 de octubre de 2015

Criados y doncellas, de Ivy Compton-Burnett


Criados y doncellas podría tomarse de primeras como una de esas típicas historias victorianas (en realidad es eduardiana) cuya referencia actual más evidente es Downton Abbey, con sus personajes divididos entre unos señores petulantes y unos sirvientes sumisos, junto a todo ese juego tan delicioso que los novelistas ingleses tan bien han sabido exprimir. Pero en realidad Criados y doncellas es una novela extraordinaria diferente a cualquier otro libro.

Para empezar, el estilo de Ivy Compton-Burnett, basado en un noventa por ciento en diálogos, no tiene nada que ver con la tradición novelística británica. Ni tan siquiera Jane Austen, que se podría considerar su precedente más obvio, llevó tan lejos en su radicalidad. Por ejemplo, las escenas se suceden sin solución de continuidad, sin fundidos, sino sencillos encadenados que hacen que de una frase a otra pasemos a una situación totalmente diferente sin advertencia previa.




Y los diálogos de Compton-Burnett son tan brillantes que a veces pueden parecer incluso abrumadores. Es como una discusión continua entre Oscar Wilde y Chesterton. Hasta los niños o los personajes con una formación más escasa se expresan con una genialidad deslumbrante. Pese a lo divertida que es, Criados y doncellas no permite en ningún momento la relajación: si pierdes la atención por una línea puedes saltarte un epígrafe memorable.

Otro elemento curioso de Criados y doncellas es que, pese a que como decíamos es muy divertida, tiene rasgos de tragedia, sin caer en la farsa. El señor de la casa es un tacaño inmisericorde que arruina la infancia de sus hijos. Pero la respuesta de estos no será precisamente delicada. Tras una primera parte de risas, de repente estalla una trama que incluye varios intentos de asesinato, por acción u omisión. Compton-Burnett lo maneja todo con una mezcla de humor frío y desdén misantrópico, pero, al menos en esta ocasión, triunfarán los buenos sentimientos.

Editorial Lumen
Traducción de Valentina Gómez de Muñoz


lunes, 26 de octubre de 2015

La noche de todos los santos, de Hugh Walpole


Si se comienza a leer La noche de todos los santos sin ninguna referencia, podría parece que se trata del típico libro gótico-romántico de principios del XIX, con apariciones, casas encantadas e incluso una España idealizada. Esto se debe tanto a la atemporalidad de las narraciones (apenas hay referencias cronológicas) como al estilo de Hugh Walpole, que después descubriríamos anacrónico. Sin adoptar las innovaciones de los dos James (Henry y M.R.), Walpole permanece como el más fiel seguidor de la tradición, el último romántico.

Por eso es imposible leer el libro sin tener en mente multitud de referencias literarias (que llegan tan lejos, o tan cerca, como a Bécquer, cuya huella es claramente identificable en Un clavel para un anciano). Pero quizá lo más curioso es el influjo que emana del libro en sí. Hemos leído tantos libros de Valdemar con un espíritu similar que ya es imposible que al disfrutar un nuevo volumen no nos acompañe algo del bagaje. Así, al leer La noche de todos los santos es como si también nos impregnara el espíritu de Arthur Machen o Sheridan Le Fanu.




Pese a que por lo tanto se podría acusar a Walpole de falta de originalidad, lo cierto es que da lo mejor de sí mismo cuando más se atiene a las normas del género. La historia contada en primera persona, la inclusión de elementos siempre en la frontera entre lo racional y lo fantástico, los finales sorprendentes e inexplicables. De hecho, es la subjetividad de la narración lo que dota a unos cuentos de apariencia simple de multitud de significados.

Lo mejor de Walpole también se encuentra en su construcción de ambientes opresivos y amenazantes, siendo quizá el mejor ejemplo La escalera, en la que una casa tiene personalidad propia y toma decisiones de consecuencias terribles. También es curioso que en una colección de relatos titulada La noche de todos los santos se incluyan algunos cuentos que en apariencia se alejan por completo del género fantástico. He aquí una pista que no deberíamos pasar por alto.

Editorial Valdemar

Traducción de Santiago García

viernes, 23 de octubre de 2015

Una madre, de Alejandro Palomas


Siguiendo el consejo de Ursula K. Le Guin, habíamos decidido no volver a leer ningún libro sobre una familia disfuncional que se reúne para celebrar una fiesta señalada y de paso restañar sus heridas. Pero claro, Le Guin, y nosotros con ella, se refería a esas novelas protagonizadas por un profesor de escritura creativa de la Universidad de Michigan que vuelve a St. Louis para celebrar Acción de Gracias, y lo que se encuentra el lector de Una madre es a una familia que conoce de toda la vida, incluso íntimamente.

Lo primero que se agradece del libro de Alejandro Palomas es que, a pesar de su contenido dramático, a veces incluso patético, se impone un sentido del humor, que hace reír tan a menudo al lector como a su narrador. Contada, la historia de Una madre puede parecer una de esas sucesiones de desgracias que hacen mirar al cielo con el puño en alto, pero el autor se toma los reveses del destino con filosofía: llorar lo que sea necesario, pero solo para después poder afrontar lo que venga con fuerzas e ilusión.




En muchos aspectos, la novela de Palomas se podría leer como el reverso luminoso de Reunión en el restaurante Nostalgia, de Anne Tyler. un compendio de personajes maltratados por la mala suerte (y las malas compañías), que se reúne sin demasiadas ganas y menos perspectivas, pero que de alguna manera se las arreglan para continuar adelante. Por supuesto (el título no engaña), la madre se sitúa en el centro de todas las historias y, a su manera despistada y surrealista, consigue resolver todos los problemas gracias a su bondad y profunda sabiduría.

Además de un antológico personaje central y del retrato cariñoso (y también con su pizca de malevolencia) de una familia cualquiera, Palomas añade un hábil uso de los tiempos narrativos, evitando la linealidad y, sin recurrir a los trucos melodramáticos, dotando de carne y de melancolía de la buena a una historia que cualquiera puede hacer suya. Hemos llegado casi al final, pero no nos resistimos a utilizar la palabra: Una madre es una novela catárquica.


Editorial Siruela

jueves, 22 de octubre de 2015

L'ecriture comme un couteau, de Annie Ernaux


Además de ser una de las más grandes escritoras de la actualidad (tal cual, sin restricciones), Annie Ernaux es también una de las autoras más destacadas del género que quizá mejor defina la literatura contemporánea, eso que se suele llamar novela autobiográfica, o autoficción, y del que ya hemos hablado en varias ocasiones. Por ello, nada más oportuno que L'ecriture comme un couteau (La escritura como un cuchillo), una larga entrevista (por email) entre la autora y Frédéric-Yves Jeannet en el que Ernaux describe con precisión y detalle su método (aunque ella rechace tal término) de escritura.

Aunque en principio habría algún reparo ante tal propuesta. Por una parte, si los libros de Ernaux son biográficos y su escritura tan limpia, L'ecriture comme un couteau podría aparecer como redundante: todo lo que tiene que decir ya está en sus propias obras. Por otro lado, entendida la entrevista como un manual para escritores o una guía para lectores, si Ernaux es tan personal y sus libros tan privados, poco se podría sacar en claro como enseñanza.




Pero estas objeciones pronto se diluyen. Porque gracias a L'ecriture comme un couteau podemos penetrar en el proceso de escritura de Ernaux, tan particular que confiesa que puede escribir unas páginas para no retomarlas hasta cinco años después, o que lleva un diario de escritura en el que plasma todas sus dudas hasta el momento mismo en el que se pone a redactar el libro, o su obsesión ya adivinada para encontrar el punto de despojamiento máximo, casi el grado cero de “literatura”.

El autor incipiente deseoso de aprovechar algunas lecciones también tendrá su recompensa. Ernaux es una guía inigualable que conduce a la propia comprensión, al entendimiento de que es en el propio interior, y no en la creación artificial, donde el escritor debe buscar si quiere llegar a alcanzar una escritura honrada y profunda. También el lector saldrá beneficiado al verse capacitado para penetrar de una manera más incisiva y completa en el mundo de Ernaux.

Frédéric-Yves Jeannet, novelista él mismo, confiesa estar estilísticamente en un universo totalmente diferente al de Ernaux, lo que no impide que se sienta fascinado por su pureza y los logros que la han llevado a convertirse en un referente indiscutible, pese a que en nuestro país parezca que nadie quiera enterarse. Aunque es poco probable, esperemos que L'ecriture comme un couteau acabe por se traducido y que ya no haya excusas para permanecer en la inopia.

Editorial Folio


martes, 20 de octubre de 2015

El ladrón en la casa vacía, de Jean-Fraçois Revel


Pese a que hace casi una década de su muerte, Jean-François Revel sigue siendo uno de los autores más peligrosos del mundo. Acercarse a sus libros es poner a prueba las propias convicciones y casi con seguridad al salir de ellos ya no se tendrán las mismas certezas. No porque el lector se contagie por ósmosis de los postulados de Revel, sino porque le habrá incitado a pensar con independencia. Revel supone el triunfo de las ideas sobre las ideologías.

En El ladrón en la casa vacía Revel realiza un particular ejercicio de memorias en el que, a través de saltos temporales y encuentros diversos, configura su trayectoria vital e intelectual sin atenerse a restricciones genéricas. Si en la primera parte es donde más destaca un estilo libre y evocador, en la segunda se centra sobre todo en sus años de colaboración y dirección de L'Express, retratando los bajos fondos de la política y el periodismo.

Antes, y haciendo gala de la extensión de sus aficiones y conocimientos, Revel retrata desde sus prometedora aunque siempre alternativa introducción en el mundo académico y su paso por la Resistencia durante la ocupación nazi, hasta su estancia en diferentes lugares del mundo (destacadamente México y Florencia, en lo que sería el inicio de su pasión viajera). En este trayecto descubriremos su sólida formación filosófica y su interés no menor en diversos campos del arte y la creación.




Por supuesto en estas idas y venidas Revel se encontrará con algunos de los intelectuales y artistas más destacados de su época. También tendrán protagonismo otros nombres cuya repercusión está más restringida al universo francés, y otros directamente olvidados. Pero en cualquier caso El ladrón en la casa vacía no es en absoluto uno de esos libros en los que el autor no deja de vanagloriarse de los famosos a quienes ha conocido, tratando de beneficiarse de su aura.

De hecho, uno de los puntos más divertidos del libro son las pullas que Revel lanza a diestra y siniestra, literalmente. Es obvio que la lucha de Revel contra los totalitarismos se centró especialmente en sus enfrentamiento con los comunistas (y algún capítulo del libro se hace un poco excesivo, al centrarse con demasiada prolijidad en sucesos ya superados), pero la independencia de pensamiento le lleva a no cortarse frente a los que supuestamente estarían más cerca de su posición.

Y es que con Revel queda patente que todavía quedan en pie muchos prejuicios que parecerían totalmente periclitados, como el de identificar a los anticomunistas con reaccionarios. Y de aquí a equipararlos con la extrema derecha solo hay un paso. Pero Revel, aun sin compartir todas sus opiniones, debería permanecer como un referente de honradez intelectual y un modelo para periodistas, tanto por su envidiable estilo (este voluminoso volumen se hace ligero gracias a su facilidad de lectura) como por su lamentablemente poco imitada coherencia y profesionalidad.

Editorial Gota a gota

Traducción de Juan Antonio Vivanco Gefaell

viernes, 16 de octubre de 2015

Fuego y cenizas, de Michael Ignatieff


En el contexto actual, un libro como Fuego y cenizas se hace triplemente pertinente para el lector español. En primer lugar, porque ante la proliferación de politólogos que todo lo saben (quizá solo superados en número por gastrónomos), Michael Ignatieff ofrece un mensaje clarificador de alguien que ha vivido en primera persona, y no solo en teoría, los avatares de la política. Un intelectual que decidió sumergirse en el impredecible mundo de los mítines, debates y elecciones y que, a un alto coste, sacó conclusiones trascendentales.

Además de politólogos, profesionales y aficionados de todo tipo parecen sufrir una fiebre de compromiso, lo que explica que haya tal cantidad de candidatos a primarias o de participantes en partidos de cualquier tendencia que practicamente haya que ir apartándolos cuando se va por la calle. Y aquí encontramos la segunda utilidad de Fuego y cenizas, sobre todo para que quien esté pensando en dar el paso tenga claro cuales van a ser las consecuencias y medite si está preparado y tiene lo que hay que tener.

El tercer punto, que nos identifica con un país en apariencia tan diferente como Canadá, es la cuestión de las “tensiones territoriales”. A estas alturas lo que más apetece es alejarse del dichoso asunto, pero Ignatieff da algunas pistas tan sencillas como contundentes sobre cómo tratar el tema de manera responsable y conciliadora. No solo en este apartado se puede aplicar una de las conclusiones más sabias a las que llega el autor: piensa que a veces puede que no tengas razón, así que escucha lo que tengan que decir los demás.




Al contrario de lo que es habitual en los libros escritos por políticos (aunque esto lo decimos de oídas, no tenemos las tragaderas para acercarnos a ese tipo de textos), Fuego y cenizas no es un mamotreto autocomplaciente, sino un ejercicio de autocrítica sosegado y maduro. No hace falta decir que Ignatieff es un escritor muy dotado, y a lo largo de las páginas del libro el lector se maravilla una y otra vez de las ideas desplegadas por el autor, de sus revelaciones y pensamientos que invitan a la reflexión.

Y eso que sus principios no se alejan demasiado del sentido común. Pese al fracaso monumental de Ignatieff, que llevó a su partido a la mayor derrota de su historia (veremos en los próximos días si, como parece, los liberales se han recuperado de la debacle), sus propuestas son fácilmente compartibles por una mayoría de la sociedad. Se trata de un liberal en el sentido anglosajón, progresista en lo social y conservador en lo fiscal, preocupado por el medio ambiente y la igualdad de oportunidades. Alguien tan sensato que al parecer lo tenía difícil para hacerse tomar en serio.

Pese a todo, Ignatieff confiesa seguir siendo un apasionado de la política, y en un tiempo de desprestigio, sorprende su apasionada defensa de los políticos habitualmente desdeñados como “profesionales”. Ignatieff se alinea con los perdedores de la historia de la política, junto a Séneca, Maquiavelo o Burke. Y aunque él no pretende situarse en su misma liga, Fuego y ceniza es hoy por hoy un libro tan necesario como los clásicos de estos autores, un libro que ayuda a comprender mejor el mundo actual y a buscar soluciones a los problemas comunes.

Editorial Taurus

Traducción de Francísco Beltrán

jueves, 15 de octubre de 2015

Memoria del vacío, de Marcello Fois


Los referentes de Marcello Fois en Memoria del vacío, algunos explícitos, otros tácitos, son tan evidentes como ambiciosos. Desde las tragedias clásicas y la Biblia hasta Faulkner o García Márquez, las páginas de la novela se llenan de ecos que, si algo demuestran, es que al autor no le falta arrojo. Cierto que no sería difícil encontrar una continuidad entre las obras citadas, y así Faulkner era devoto (literario) de la Biblia y García Márquez le debe mucho al escritor norteamericano, pero solo plantearse dar continuidad a esta línea ya exige un punto de locura.

Y si pretender estar a la altura de estas influencias ya parece una inconsciencia, crear un mundo en el que convive la grandeza fundacional de la representación artística con una historia más o menos contemporánea parece una empresa destinada al fracaso. No es el primer intento ni será el último, pero un autor tiene que estar muy seguro de su capacidad para enfrentarse al reto, para ponerse a crear un mundo desde la cenizas.




Pero Fois no se limita a combinar estos elementos de manera caprichosa, sino que los asimila para ofrecer una visión personal, sobre todo marcada por Cerdeña, esa isla cerrada y misteriosa, propicia para las leyendas y las fábulas. Memoria del vacío es una novela telúrica en la que la fuerza del ambiente marca tanto como la inevitabilidad del destino. La historia del bandolero Stocchino solo podría tener lugar en Cerdeña, y a la vez es universal.

Para contar la tragedia de este personaje inmortal (en más de un sentido), Fois recurre a multitud de voces, a menudo difícilmente identificables. La cronología, el punto de vista, la lógica, son puestos en duda a cada página, formando una narración que sin esquivar los límites de la construcción clásica es capaz de saltar de un tono a otro con la mayor naturalidad, imponiendo el estilo sobre la anécdota.

Editorial Hoja de Lata

Traducción de Francísco Álvarez

miércoles, 14 de octubre de 2015

Delizia!, de John Dickie


Al escribir una historia de Italia los problemas (y no menores) llegan desde el principio. Para empezar, ¿qué es Italia? ¿qué une a los italianos? Según un popular dicho que recuerda John Dickie, apenas dos elementos: el fútbol y la comida. Y, por reduccionista que pueda parecer esta apreciación, Delizia! demuestra que, con todas sus variantes regionales, con su mitos y falsedades, lo cierto es que si el espíritu italiano existiera, este se manifestaría en un plato de pasta.

Con una audacia bien documentada, Dickie se propone pues repasar el último milenio de historia italiana a través de su cocina, y sus descubrimientos son tan inesperados como convincentes. Desde la fragmentación medieval en ciudades-estado hasta la artificial formación moderna de la nación en el siglo XIX, pasando por el despertar renacentista, Dickie es capaz de explicar los grandes movimientos históricos como si fueran recetas.




Pero, dejémoslo claro, Dickie no tiene una pretensión historicista, su foco se dirige no tanto a elaborar un nuevo paradigma como a investigar la evolución de la cocina italiana, aunque las implicaciones sean evidentes. A Dickie le divierte más buscar personajes curiosos, desmontar falsas creencias, descubrir platos rodeados de misterio. Como todas las tradiciones, las de la comida también son construcciones falsas y a menudo recientes. En este sentido, la revelación más destacada de Dickie es que la cocina no tiene sus raíces ni evolucionó en el campo, sino en las ciudades. Menos romántico y nostálgico, pero más lógico.

Aunque Delizia! contiene algunas recetas (y apabullantes menús renacentistas o papales), por suerte no se trata de uno de esos abundantes libros de moda. A Delizia! se viene a entender un poco mejor la compleja y caótica sociedad italiana, esa mezcla de improvisación y orden capaz de lo mejor y de lo peor. Hay anécdotas curiosas y visiones de conjunto reveladoras. Historias íntimas y cambios radicales. Y, sin necesidad de usar gastadas metáforas culinarias para explicar la vida, la comprensión de que darle su justa importancia a la comida nos puede hacer un poco más italianos, lo cual no está nada mal.

Editorial Debate

Traducción de Efrén del Valle Peñamil

martes, 13 de octubre de 2015

El muñeco de nieve, de Jo Nesbø


En El muñeco de nieve Harry Hole tiene que enfrentarse a un asesino en serie que parece ir siempre un paso por delante de él, como si supiera cuáles van a ser sus movimientos incluso antes que él mismo haya decidido qué camino tomar. De la misma manera, Jo Nesbø siempre adivina por dónde van a ir los pensamientos del lector, adelantándose a sus conclusiones y jugando con él con un sadismo solo un poco menos cruel que el de un criminal.

En realidad la identidad del asesino puede no suponer una sorpresa absoluta, pero eso no es lo importante para Nesbø. El argumento de El muñeco de nieve es tan enrevesado (y a la vez coherente) que lo más interesante son los meandros, las cataratas, los rápidos por los que el autor hace conducir la trama hasta llegar a su incontrolado final. A mitad de la novela puede parecer que todo está ya más o menos resuelto, pero lo que falta no será en absoluto de relleno, sino una apabullante sucesión de escenas electrificantes.




Para algunos teóricos que desdeñan la literatura “que atrapa al lector”, Nesbø podría ser el epítome de un tipo de género menor. Pero que lo intenten. Conseguir mantener al lector siempre alerta, con la necesidad de no perderse ningún detalle bajo pena de obviar elementos claves, no es un logro baladí. Las últimas cincuenta páginas de El muñeco de nieve son una prueba palpable de esta habilidad: como si de una película trepidante se tratara, el lector tiene que acelerar su lectura y a la vez tratar de no precipitarse hasta llegar a la conclusión. Y es que, además, sabemos que con Nesbø no todo es predecible, que el final feliz no está en absoluto garantizado.

Otro elemento que convierte los libros de Nesbø en un ejercicio intelectual de primera categoría es la satisfacción de ver cómo todos los elementos encajan. Si de algo puede estar seguro el lector es de que no hay ningún ingrediente gratuito: si aparecen unos zapatos de patinaje, es que tendrán su papel, si se encuentran unos cartuchos en un cajón, también tendrán su relevancia. Y el lector, para disfrutar plenamente del libro, tendrá que acompañar a Hole en su investigación, sin descanso y sin dar nada por sabido.

Editorial RBA

Traducción de Carmen Montes y Ada Berntsen

jueves, 8 de octubre de 2015

Cómo escribir relatos policíacos, de G. K. Chesterton


Dada la abundancia de libros con temática detectivesca (aunque para algunos nunca serán suficientes), se diría que lo que menos necesita el mundo es un volumen titulado Cómo escribir relatos policíacos, pero si vemos que el autor de dicho “manual” es G. K. Chesterton, la cosa cambia. Primero porque, como ya dijimos en otra ocasión, cualquier cosa que haya escrito Chesterton seguro que es interesante. Pero además es que este libro no solo es útil para el escritor, sino sobre todo para el lector de literatura de misterio.

Cierto que Chesterton incluye algunos consejos (más abundantes en lo referente a lo que no hay que hacer que en normas canónicas), pero lo más interesante de Cómo escribir relatos policíacos son las propuestas y las pistas para diferenciar los buenos libros del género de los malos. Chesterton no es sospechoso de minusvalorar un tipo de literatura a la que dedicó tanto tiempo (como escritor, con sus extraordinarios relatos del padre Brown, pero también como lector inagotable), y a la que consideraba a la altura, si no por encima, de cualquier otro género, y aquí explica por qué hay que mostrar respeto tanto a la tradición como al lector.




Con su habitual tono siempre irónico y repleto de paradojas, Chesterton sorprende al lector más que si se tratara de un verdadero libro policíaco gracias a sus inusuales ideas, a sus brillantes descubrimientos, a sus poco convencionales sugerencias. Por ejemplo, en un par de artículos propone la idea de dar la vuelta a los clásicos y convertirlos en novelas de misterio. Así, no sería muy difícil transformar Hamlet o La abadía de Northanger en sólidas historias de crímenes. Seguro que alguien ya le ha tomado la idea.

El lector de Cómo escribir relatos policíacos también sacará provecho de unas cuantas recomendaciones de libros y aprenderá importantes lecciones, no para resolver los misterios planteados, sino para disfrutarlos en toda su extensión y saber discriminar el ingenio de la impostura. En cuanto al aprendiz de escritor, también podrá aprovecharse de unas cuantas leyes inquebrantables que quizá se podrían resumir en: “nunca engañes al lector (con trucos baratos)” y “no te lo tomes todo en serio (pero escribe como si la vida te fuera en ello)”.

Editorial Acantilado

Traducción de Miguel Temprano García

miércoles, 7 de octubre de 2015

Recuerdos de un pasado que se desvanece, de Aidan Higgins


Recuerdos de un pasado que se desvanece es uno de esos libros (“autobiográficos”) en los que apenas hay trama novelística. Aidan Higgins no se preocupa de construir tramas ni de desarrollar un argumento que se pueda seguir de principio a fin. Al contrario, la construcción se basa en breves escenas, a menudo en sencillas imágenes del pasado que el autor actual rememora con mucho más de poesía que de narración.

El problema de este tipo de evocaciones es que resulta muy complicado mantener la atención del lector durante trescientas páginas sin que tenga un relato al que agarrarse. Pero Higgins supera este escollo a través de la confesión, del dibujo de la formación de su protagonista, ese Dan al que conocemos desde sus primeros balbuceos y al que vemos entrar en la edad adulta sin que haya sido capaz de desprenderse por completo de su desconcierto.




En muchos momentos Recuerdos de un pasado recuerda a las películas de Terence Davies, esos líricos y emocionantes recuerdos de infancia en los que el sabor de una época se recupera a través de pequeños detalles, de días luminosos y tormentas imprevistas. Un paseo por el campo o una canción popular sirven para describir a la vez el ambiente y la personalidad, el grupo y el individuo, lo general y lo particular.

En otras ocasiones es inevitable pensar en Perec. Las listas de ídolos, de nombres, el cuidado con el que se traen al presente las sensaciones pretéritas. Higgins escribió otros libros plenamente autobiográficos, pero ya en estos Recuerdos probó a trasladar a un libro sus emociones más íntimas y lo hizo con un estilo personal y complejo, en el que tiempos y sensaciones se mezclan de manera fluida, como si la magia de la literatura fuera capaz de deshacer la inevitabilidad de la entropía.

Editorial Periférica

Traducción de Carmen Torres García

martes, 6 de octubre de 2015

Lo que arraiga en el hueso, de Robertson Davies


Aunque fuera la primera vez que nos acercáramos a Robertson Davies, ni tan siquiera sería necesario llegar al final de Lo que arraiga en el hueso para hacer la constatación: Davies es un novelista nato, dotado de un talento tan abrumador que hace que a su lado gran parte de la narrativa contemporánea se empequeñezca. Porque le llamamos contemporáneo, pero es uno de esos autores clásicos que firma libros atemporales.

Si utilizáramos una oportuna comparación con la pintura, enfrentados a la obra de Davies la mayoría de los libros considerados como obras maestras del siglo XX empezarían a valorarse como esos cuadros de vanguardia que vemos en museos con un poco de rechufla y que como mucho alcanzan la condición de decorativos. Pero, señores y señoras, con Davies tenemos que hablar en serio. Esto sí es literatura.

Lo que hace aún más sorprendente que hasta la recuperación por Libros del Asteroide de su obra, Davies permaneciera totalmente inédito en España. Después de todo, en la reseña biográfica que acompaña sus libros se dice que fue un autor “mundialmente famoso”, lo que parece indicar de nuevo la particularidad ibérica. ¿Cómo es posible que un autor de la categoría de Davies, cuya importancia salta a la vista de cualquier lector mínimamente sensible, haya permanecido todo este tiempo vetado a los lectores en español?




Como apuntábamos, Lo que arraiga en el hueso sería suficiente para otorgar a Davies un lugar de honor en la literatura del siglo XX. Aunque es la continuación de Ángeles rebeldes, en realidad es totalmente independiente y solo en su prólogo se explicita la continuidad. Esta vez la narración se centra en la biografía de Francis Cornish, ese excéntrico filántropo de extraño olor, al que ahora conoceremos desde antes de su concepción hasta su final. Un recorrido exhaustivo (sobre todo de sus primeros años) que, sin embargo, mantendrá el misterio.

Espejos, insinuaciones, coincidencias: material del que está formado la existencia y que pueden ayudarnos a intentar comprender a una persona, pero jamás a completar el retrato. Cornish, con toda la pesada carga de su herencia (y he aquí uno de los temas claves del relato) tratará de ser él, pero no conseguirá serlo de manera independiente, no ya por estar condicionado por los demás, sino porque hay tantas personas en su interior que es difícil alcanzar a algo tan simplista como el propio ser.

Con su erudición natural, su humor tímido o sus obsesiones particulares (en esta ocasión el disparate al que se dedica Davies, como en otras fue el psicoanálisis o la hagiografía, es el horóscopo), con su capacidad para tratar grande temas con seriedad pero sin solemnidad, con su habilidad para marcarse cincuenta páginas de elucubraciones teóricas y después otras tantas al más puro estilo de novela de espías, y en ambos casos lograr mantener rendido al lector, Davies demuestra un virtuosismo más allá de la exhibición narrativa.

Porque Davies es un novelista tan sólido en su arquitectura como capaz de introducir pequeñas variaciones que derriban cualquier previsibilidad. Quizá la primera parte se alarga demasiado mientras que el final se acelera, pero el conjunto de la novela permanece equilibrado. Los detalles están tan cuidados, las consecuencias de la menor acción tan bien previstas, que un elemento distorsionador (la muerte de uno de los personajes clave de la novela mucho antes de su última aparición) tiene que ser interpretado más como un reto que como un error.

Editorial Libros del Asteroide

Traducción de Concha Cardeñoso

viernes, 2 de octubre de 2015

Le passanger de la pluie, de Sébastien Japrisot


En Le passager de la pluie (El pasajero de la lluvia) Sébastien Japrisot se puso en la piel de sus personajes y decidió ir directo al grano: nada de perder el tiempo con descripciones elaboradas: lluvia, un pueblo abandonado, una bolera, una playa apartada, no se necesitan más pistas; ni pensar en detenerse para elaborar perfiles psicológicos, un gesto es suficiente para definir un carácter; y en cuanto a la acción, ni un respiro, ni una página para reflexionar, muévete o muere.

Japrisot, que además de exitoso novelista del género negro también fue guionista de polar, no disimula mucho sus intenciones con Le passager de la pluie. Sin llegar a ser una de esas novelas que adaptan una película de moda, se percibe claramente que en la escritura del libro Japrisot ya tenía en mente la versión cinematográfica, y dejó el camino despejado. Los abundantes diálogos (muchas veces transcritos a la manera de un guion) y la estructura por escenas convierten el libro en un curioso híbrido.




Contagiado por el autor, el lector tampoco tiene tiempo para respirar. Si se toma el libro como lo que es, pura serie negra francesa, disfrutará de los continuos sobresaltos y engaños que ofrece Japrisot. Poco importa que todo suena a conocido (como manifestación estilística, Japrisot no tiene ningún apuro en escribir frases como “de repente oyó un ruido. Se dio la vuelta y ahogo un grito de angustia”). Aquí hemos venido a entretenernos y bien que lo vamos a hacer.

Sin llegar a ser novedoso, si se puede decir que el libro ofrece unas cuantas sorpresas. Pese a vivir en este mundo de convenciones del género, o quizá precisamente por ello, el argumento va dando saltos en los que poco importa la coherencia o la verosimilitud, lo importante es seguir adelante sin que de tiempo a preguntarse “pero ¿cómo...?”. Por supuesto, Japrisot tampoco renuncia al esperado inesperado giro final.


Editorial Folio

jueves, 1 de octubre de 2015

Un jardín en Brujas, de Charles Bertin


Un jardín en Brujas comienza con un sueño (ese asesino de libros) y continúa con el mismo tono a lo largo de toda la historia. Pero en esta ocasión no se trata de un aburrido y enclaustrado recurso, sino de una manera de tratar la memoria. Poco fiable y embellecedora como es, más tratándose de los recuerdos infantiles reflectados setenta años después, Charles Bertin sublima estas carencias a través de la evocación: la luz, los sonidos, los sabores, son tan importantes como los sucesos narrados.

No menos difícil que superar las taras de la narración onírica es retratar un mundo alegre e ideal sin caer en la cursilería o la intrascendencia, y sin embargo el autor logra salvar también estos obstáculos a través de la sinceridad, trayendo al presente sus emociones más tiernas e inocentes sin pudor ni temor a caer en la ñoñez. A estas alturas de su vida, Bertin ya no se preocupa de los prejuicios: en algún lugar de su mente pervive el paraíso, la sensación de plenitud, y se sabe con todo el derecho a regresar a su mayor felicidad.




Este estado de perfección idílica lo encarna la abuela del narrador (ya el título original menciona su posición central en la historia, y aunque la traductora tiene razón al indicar la dificultad de su traslación al castellano, quizá hubiera sido buena idea mantener la expresión original, La Petite Dame en su jardín de Brujas queda bien y se entiende perfectamente). Sola y sin grandes perspectivas, la abuela no es sin embargo una víctima, sino que es capaz de sobreponerse a sus limitaciones y de encarar la vida con optimismo, demostrando con su amor a su nieto la chispa de ilusión que todavía pervive en ella.

Porque en gran medida el libro es una novela de formación en la que el niño empieza a comprender algo tan importante como en qué consiste ser una buena persona. Pero menos acostumbrado es que este aprendizaje sea de ida y vuelta, pues la abuela también aprovecha las visitas de su nieto para iniciar una educación de la que nunca pudo disfrutar. Incluso Brujas, la fascinante ciudad en la que lleva tanto tiempo viviendo, solo ahora comienza a presentarse ante sus ojos en todo su esplendor. En una relación tierna y comprensiva, con su no por inevitable menos doloroso final, el narrador fijará su modelo de conducta y creará un personaje inolvidable que, tantos años después, le sigue arrastrando con una fuerza ante la que no puede resistirse.

Editorial Errata Naturae

Traducción de Vanesa García Cazorla